Ya sea en una gruta, en la catedral o en una mesa redonda tomados de la mano, invocar a cualquier muerto es y será espiritismo. En la buena nueva de Jesús no hay dos posturas, concesiones o una rendija para las enredaderas. Ningún megalómano excretará sobre el precepto. La charla con los extintos, prominentes o no, es perniciosa venga de donde venga, venga como venga, venga con quien venga, aunque estos lleguen en gandarillas a su nombramiento. Contactarse con el país del silencio es una profanación. La prosapia apostólica no aguantará la superchería. Roma fundó su burocracia pagana sin sonrojarse y le dieron el visto bueno a la comunicación patrullada. La mentira nívea es el embobamiento de la Tradición. Algunos atinan a la séptima lectura de la profecía. Todo difunto en un altar es un ídolo que le quita minutos de atención a Cristo. Son siglos remesando fieles al anafre enchufado. Sus volteretas son una cerilla en un gasógeno. Una campaña recia beatifica a casi cualquiera. El santo es un cajero más del multiforme supermercado. Dejad que estos difuntos con sobrepelliz sean atormentados por las llamas del horno, en paz.
Levítico 20:27; Eclesiastés 9:5-6


NO SEAS CATÓLICO
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De “Las sotanas de Satán”.
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