domingo, 5 de febrero de 2017

Teólogo clásicamente porfiado


Leyó bibliotecas enteras y la guía telefónica y midió el cosmos con los brazos. El orgullo propio del quehacer y su intransable estirpe eclesiástica son más forzudos que sus engolados pecados, que lo vencieron en el camarín. La sola noción de vivir el evangelio puro lo pone hipocondríaco, lo descrina. No renuncia a la estola ni tira la toalla. Cuando se sabe el más miserable entre los consocios, disimula tan bien, que no le falta ningún requisito para ser un santo romano.

Juan 3:3; Juan 3:10; Marcos 7:7; Proverbios 1:7; Deuteronomio 10:10-12


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De “Las sotanas de Satán”.

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