martes, 7 de febrero de 2017

La Penitenciaría


Enjaulados rezan con fe a María y a los otros finados de menor rango. Leyendo el periódico en el sofá, Jesús espera su turno sin gruñir. Alejados de los corazones irredentos, procuran con dulzura amar a ese prójimo que no ven. Quedaron exonerados de los aprietos reales, del auditorio y de la gran comisión. La condena al infierno perdurable quisieron empezarla a cumplir desde ya, enclaustrándose, como entrenamiento. La iniciativa es una cualidad del espíritu. Con el encierro intentan derrotar a un adversario que no parará de carcajearse. Son la torcida excepción que en los evangelios no está caligrafiada, si lo está en Babilonia. Son el chisporroteado estandarte de un credo grumoso e improductivo, con pestillos egregios. Este encarcelamiento prolongado y mesturado es un enemigo acérrimo del reino del Creador. La sensualidad no se supera con grilletes. Los sacerdotes de la buena nueva de Jesús sufren claustrofobia crónica irreversible. Obligar a la carne a una disciplina incólume sin ser un peón de Dios Padre, es galopar hacia atrás sobre un purasangre. Encapuchado debajo de la tierra, eres el mismo pestilente del trienio pasado. Espósate a la voluntad de Cristo Jesús sometiéndote a su Palabra, revelada y garantizada. Con Cristo gobernando dictatorialmente tu vidorra eres libre en pleno ajetreo, en pleno centro de la capital. El divino oficio de la oración al Padre cobra sentido en medio de la plaza, por la gente. Los soldados del espíritu preparan su armamento para las más disímiles refriegas callejeras. Y enjaulados insisten en rezarle a María y a los otros ídolos de menor rango.

Hechos 1:8; Hechos 6:4; Marcos 13:10; Lucas 9:2; Mateo 28:19


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De “Las sotanas de Satán”.

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