domingo, 5 de febrero de 2017

De los bautizados



Los beneficios de un niño matriculado con agua: es adoptado en el seno de la iglesia romana, aunque después su mayor pasión sea no asistir a misa ni en Corpus Christi; es miembro titular de la oncena de Jesús, aunque después no se siente ni en la galería; es hecho templo del Espíritu Santo, aunque los coitos y las tropelías lo remolquen a su tumba; es hecho partícipe de la vida eterna, aunque después se carbonice en el purgatorio de fuego y azufre, dispuesto para estos trances sin reanudaciones; sería liberado del denominado pecado original, sumiéndose en otros peores y sin repulsas; es nacido de nuevo y hecho limpio, aunque su vida vaya a ser un repelente a la impecabilidad; es liberado del poder de Lucifer, aunque después forme con él y la carne una indomable sociedad de derecho.

Todos ven pasmados en el bautizado a un enrolado de un reino que de aquí no sería. Que distante es la conducta moral de un católico sin pecado original a la de un desdichado incrédulo. Que diferente es la conducta moral entre un católico y los componentes de las otras confesiones religiosas. A través de la integridad diaria de los parroquianos detectamos de inmediato cual religión es la más hipócrita. Que fácil es distinguir a un católico de un vicioso tozudo. El creedor que no quiera ver, que no vea. Algunos escépticos sufren un patatús al notar la consagración al Señor del bautizado promedio. Las demás religiones se acomplejan y se abruman con el derrame de santidad de los comulgantes. Nunca falta el distraído que hojeando la nueva alianza desembucha que el bautismo es posterior a la discrecional conversión a Jesucristo.

Hechos 2:38; Romanos 1:16; Romanos 5:1-2; 1 Corintios 1:17


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De “Las sotanas de Satán”.

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