lunes, 6 de febrero de 2017

Como loro en un alambre



Si el buen católico fallece en pecado mortal sin la reglamentada absolución, al fuego eterno se va. Y eso sería todo. Una mayor aflicción imposible. Morir en un accidente o de un infarto fulminante sin confesarse, es un infortunio tremebundo. La institucionalidad romana, ente maestra del terror y de las granujadas, te absuelve de las metidas de pata y te ata mediante el pánico. Lo más favorable es morirse arrollado a la salida del confesionario, por un camión. Sólo fuera del sacramentalismo hay salvación.

Juan 3:16; Gálatas 5:16


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De “Las sotanas de Satán”.

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