lunes, 6 de febrero de 2017

El rollizo influjo del santo rosario



Se rezan diez avemarías y un solitario padrenuestro.
Por sondables motivaciones, las preferencias son de diez a uno.
Dios Padre fue incluido a última hora y se le evitó una crisis de ansiedad.
Los cardenales insisten en que es contraproducente que el Altísimo se sienta despechado.
Un avemaría es una rosa para ella. Se consumieron las rosas de las galaxias.
Las preferencias por Dios son de uno por diez ¿Quién da menos? ¿quién blasfemará más?
Hay quince promesas para el hincha del rosario. Ni el demagogo más ducho te ofrecerá más.
Las bendiciones y beneficios inminentes son esplendidos.
Cristo sin María es un mediador patitieso y alicaído.
Queda de manifiesto que es el Nazareno el que recibiría
toda la gloria, honra, plegarias, letrillas, aves y vítores.
El Padre Dios estuvo a un parpadeo de ser apartado del patético rosario.
Le añadieron cinco iluminados misterios más en calidad de suero medicinal, en una camilla.
Por más misterios que le anexe Juan Pablo II, presbíteros y laicos no se descarriarán mucho más.
La letanía lauretana te corroe por tus cuatro rincones y los pasos luminosos en ti son una arlequinada.
Misterios gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos, y el tabaquismo rígido es tu carta de predicación.
Cuando Jesús les enseñó a orar, les evidenció que con la estructura del padrenuestro bastaba.
El rosario, resumen del paganismo de etiqueta, es la fibrosa venda que te descarta de la salvación del alma.
En una aplicada actitud malévola y distendida, el clero te transporta a los sulfurosos brazos de María.

Romanos 8:26-27; Mateo 15:25; Mateo 11:28; Jeremías 33:3; Hebreos 7:25; Lucas 11:1-4


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De “Las sotanas de Satán”.

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