Asistir a la misa los domingos y festivos es obligatorio desde los ocho años de edad. Los descarriados desde los nueve hacia adelante y en la zona de alerta naranja son ubérrimos, como las transacciones comerciales hechiceras no informadas al público, de la santa sede. Con la primera comunión son militantes de la Eucaristía con la íntima esperanza de evaporarse por la chimenea lo antes posible. La Confirmación deja al párroco menos conturbado, mas con el mismo bulto del ausentismo dominical. Casi todos los simpatizantes de la mamá de Dios festejan como niños el no ir a la parroquia. Lo gozan en silencio, con un botellón de pipeño. Faltar a la misa es un pecado mortal extendido y adorado. Con esta rígida norma, acá hay varios católicos que no se van a achicharrar por este específico motivo. Son pocos los que se maman estoicamente la liturgia, entallando una sonrisa de alivio cuando esta concluye. El cinco por ciento del rebaño acata con severidad el precepto de ir a la misa los domingos y festivos. Al otro noventa y cinco por ciento de infieles, que Mefistófeles los confisque de una buena vez ¡Bien merecido se lo tienen estos bellacos!
Díganme, ¿cómo es posible que un bautizado falte deliberadamente dos domingos seguidos a la misa? ¡Que se cuezan a llama lenta estos desgraciados! No asistir a la misa es un pecado mortal, nacional y vital.
¿Resistir la monótona misa o faltar? El comulgante descifra entre estas dos alternativas cual es la menos hipócrita, con resonante franqueza. Faltar a la misa es un pecado tan mortal, que te atornilla al infierno de un solo garrotazo y ni el purgatorio te tenderá una mano.
Hechos 4:31; 1 Corintios 14:26
NO SEAS CATÓLICO
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De “Las sotanas de Satán”.
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