lunes, 6 de febrero de 2017

La eucaristía


Comulgar es recibir a Cristo presente en la hostia y en el vino consagrados. La comunión te hace crecer, te nutre el alma y te aparta: de las pringosas telenovelas, de la ira, de los excesos ambrosianos, de los senos asfixiantes, de la veintiuna, del rencor vindicativo, del cohecho magisterial, de las fragilidades negrales, de la tacañería y del porno shop. La comunión te santifica por todos los costados. Es el armamento atómico con el que se combate la pecaminosidad y tanta mundanalidad decadente. Que mejor prueba de tanto prodigio espiritual que la impureza permanente e impenetrable de tu ser. Al comulgar estarás en estado de gracia, desgraciado. Si en lo recóndito de tu alma habita algún pecado mortífero, no harás la fila de los mimos consagrados por la inercia. Con rigor, las almas comulgarán sin manchas. Si en tu corazón hay lunares leucémicos, te confesarás prometiéndole al Señor que nunca más, que nunca más, que nunca más pudrirás esa alma que escobilló la inconmensurable e incontrarrestable Eucaristía. Lo sustancial es proclamarlo con una inequívoca fe en María y en los santos taquilleros de tu terruño. No te lavarás el corazón, mas si te lavas el cerebro todos los domingos y festivos sin desdeño, a la vuelta de cada trienio no comprenderás, una vez más, porque todo empeora siempre. La lavandería no lava, no restriega ni pule. Por lo menos en el instante en que comulgas, tu alma no se anclará a las tinieblas. No hay traumatismos doctrinales si un minuto más tarde vuelves con ahínco y sibaritismo a tu estable, inexpugnable y mugrosa realidad interior. Con deferencia se hace así desde siempre. Todos fingen que se creen la bufonada. Es sobresaliente la intuitiva y sacra coordinación entre los fieles a la fila que van a la patena condescendiente y compinche de las barrabasadas. Cada domingo la pantomima deificada es la misma. Cineastas le dan variados óscares a la santa sede: mejor guión, mejor actuación, mejor escenografía. La Eucaristía, con sus desatinos, burradas y pifias, tratará de convertirte en un cabrito lo menos renegrido posible. Las sólidas y corpulentas miserias morales de los asistentes a la inocua comunión, son un calambur inasible. Si el papa visara el cinismo en un acto solemne, el catolicismo sería transparente y pudibundo. No es un simbolismo ni una jugarreta atroz. En la Eucaristía están contenidos verdadera, real y substancialmente su cuerpo y su sangre. El que se traga la hostia se come a Jesús. Esta antropofagia beata glorifica al Vaticano. La misa es jocosamente impotente frente al mal.

Isaías 55:7; Proverbios 26:11; Romanos 6:23


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De “Las sotanas de Satán”.

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