El cuerpo de Cristo se somete a la Revelación porque nada trascendente hay fuera de ésta. La Escritura es normativa, poderosa, santa, eterna, sobrehumana, suficiente, acogedora, infalible y definitiva. La iglesia, que transmite la Palabra por la predicación, no se aparta un soplo de los Textos Sagrados. En la Palabra se depositaron todos los preceptos de fe, doctrinas y dogmas necesarios para preparar al hombre en toda buena obra y pensamiento, conduciéndolo al paraíso sin escalas técnicas o escamoteos. Las tradiciones eclesiásticas y los condimentos son apestosos, huecos, superficiales y anodinos. La religiosidad popular y el cristianismo apostólico son polos opuestos perpetuos e irreconciliables. Para la felicidad, la salvación y la santificación, sólo la Sagrada Escritura es bendición y vida. Lo escrito, escrito está. No hay menos ni más. La Revelación no fue olvidadiza ni negligente. Al Espíritu Santo nada se le quedó en el tintero al instante de inspirar cada libro sagrado. La última hoja de la Escritura es la última hoja de la santa Palabra, de la Revelación de Dios. La Tradición carece de inspiración y dignidad. La Biblia es toda y la única Palabra de Dios. Un asno sincero lo entiende en menos de un tortazo.
Hechos 20:20; Hechos 20:27; 2 Timoteo 3:15-17; Lucas 24:25; Apocalipsis 22:18-19; Deuteronomio 4:2; 2 Pedro 1:21
NO SEAS CATÓLICO
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De “Las sotanas de Satán”.
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