Son signos eficaces de la iglesia, instituidos por la iglesia y confiados a la iglesia, por la misma iglesia, por los cuales el desvencijado o parroquiano no se califica a sí mismo como un desencaminado. Serían un puente entre el Creador y el hombre, un peán a las finas terminaciones, un relacionador público, un trámite oficinesco, una representación del continuismo erial, una ocurrente mofeta más del papado. El sacramento es un actor premiado, un sablazo, un conglutinador de embromados, un desaguisado. Al lado de la santidad eres un calandrajo, un desmelado, un moco de pavo. Nada en la Escritura cubre esta garrama, y lamentablemente, hay sólo dos ordenanzas. El karma de la tradición eclesiástica es lavar los vocablos comprometedores de Emanuel y ser el soporte aureolar de otros lavados. Pasaron de un Cristo Redentor a una iglesia redentora. El sacramento no posee gracia ni destreza alguna y Jesucristo te salvará ahí donde estés, sin papeleos. No hay santidad ahí, sólo símbolos sagrados ritmados.
Mateo 9:22; Salmo 103:3; Romanos 7:25
NO SEAS CATÓLICO
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De “Las sotanas de Satán”.
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