domingo, 5 de febrero de 2017

El gateo del gandul



I

El mes pasado me bauticé con tres meses de edad, y entre pañales y mamaderas mi vida espiritual rebosa por los estribos, siempre que mi trasero no se descargue. Con el discernimiento de un perejil sabihondo, corroboro que la absolución del agua es coruscante. Cuando no me meo, imploro por más luminosidad. No me descarriaré apagando mi primera vela. Voy a misa los domingos en mi coche violáceo y si no me sé ningún himno por el momento, alabo a María moviendo mis manos y pies, con mi cara roja como una guinda meridional. En mi nueva fase de hijo de Dios no capto nada y aquí estoy, apechugando hasta las últimas. Nací con mi alma podrida, mas ahora soy un retoño del reino de los cielos que iría por más. A mí la misericordia me agarró con firmeza. A los otros inmundos de esta sala cuna que no se les ocurra morirse sin el bautismo, que es el pórtico de un peregrinaje potente, como el mío. Soy el estresado aerofaro de estos pequeñuelos coetáneos, por ser un renacido, un alumno en regla, un esmerilado.

Marcos 10:14; Marcos 16:16

II

Mi bebé nació tan enfermizo que me apuré en remitirlo a la pila bautismal. No deseo que mi pequeñuelo tenga problemas en el más allá por mi lentitud, por llegar atrasado a la baptisterio. Del paraíso mi bebé bautizado exclama inflamado: ¡alcancé salvación!


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De “Las sotanas de Satán”.

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