domingo, 5 de febrero de 2017

Funeral de seda azabache


Tan hidalgo e ilustre que era el caballero. La autopsia revelaría indicios de liturgias flojas en el postrero fondo de su alma retocada. El polvoriento rosario de plata dado por su madre insinuaría pistas para despistar a los despistados. Nunca tuvo la intención de vegetar en los suburbios de las tinieblas con una risotada de tímpano a tímpano. El desapacible y nocente desaire a la santidad efectiva fue campechano y voluntariamente involuntario. El ser un pelele de la fruslería no era su meta. Se confeccionará el concomitante concordato para enviar derecho al paraíso a todas las lombrices de alcurnia. Con intrepidez, sin tarifa rebajada y romana creatividad, se desvestirá un filántropo y satisfactorio desenlace, como una bula que favorezca a los belitres tiesos. La última y recurrente alternativa de los envilecidos es el relajante y vilipendiado purgatorio, de gas grisú. Al que se le ocurrió lo postularán al premio Nobel de economía y a una doble canonización, por innovador. Este cuento de osario es un lúgubre apeo sicológico. Su familia posee las más aristocráticas influencias y es yunta del obispo desde su onanismo inaugural. Entre domingo y domingo, ruego y ruego, rezo y rezo, y súplicas y alaridos marianos correctamente autorizados, tal vez prendan volando bajo a nuestro Señor y ceda. Con lo porfiado que era el occiso, hoy rígido y de frac, las incertidumbres y supuestos se despejan de a uno. Todo se selló e insistir es un sarcasmo infame. La viuda escuchó lo que el Padre le replicó a su marido: vete, en el reino no se admiten lascivos enlucidos.

Apocalipsis 21:7-8; Hebreos 12:14; Lucas 1:74-75


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De “Las sotanas de Satán”.

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