En Canaán un agricultor de nombre Jesús adquirió un terreno que trabajó con amor y pasión, para que la cosecha sea frondosa y virtuosa. El predio un día se inundó brutalmente. Jesús pereció por rescatar a su esposa de las aguas. Su amada le seguirá, le solfeará y le amará, sólo a Él. Repudiando las circunstancias y los siglos, este particular enlace entre Jesús y su cónyuge es eterno, perfecto, santo e indivisible. Otras multitudes emponzoñadas le tributan desenfrenados loores al eminente e inigualable Nazareno por medio de una ciclópica escultura de su madre.
Levítico 26:1; 1 Juan 5:21; Apocalipsis 19:7-8; Salmo 119:28
NO SEAS CATÓLICO
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De “Las sotanas de Satán”.
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