Me salió caro, mas el Nazareno me dio el divorcio. Soy soltero y casto como un púber. El poder del Señor es maravilloso y jarifo. Enjuagado en lágrimas agradezco al Todopoderoso por mi apellido de abolengo que me socorrió en los complicados instantes en que la burocracia romana puso a prueba mi paciencia acordada. Mantienen como un secreto político de Estado la lista de los adinerados que acceden por misericordia al sacramental divorcio de Dios. El Pontífice apetece, con el rosario gimiendo en el wáter, que la gente nunca se entere del palmarés de esta ancheta clasista y retorcida. El contable del Vaticano nunca oyó hablar de la indisolubilidad del matrimonio. En maximizar las comercializaciones de cada rubro o rito está el afán de sus recogimientos. En el discurso político de rigor el vicario es un terrorista con los descasados. Sólo él quiere divorciar y lucrar. No soltará ningún biberón, tampoco el del sacramento del divorcio. Soy un divorciado que comulga cada domingo y me voy a casar por primera vez, con la mujer que he fornicado estos duros años de espera en que el diablo me mantuvo casado contra mi voluntad, amarrado con alambres de púas. El papa romano me liberó de esa abyecta cadena llamada: matrimonio indisoluble por la santa iglesia católica.
Mateo 23:3; Gálatas 6:8
NO SEAS CATÓLICO
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De “Las sotanas de Satán”.
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